miércoles

NO HAY QUE LLAMARSE JAMES DEAN

Se desplomó un poco menos rápido de lo que perdió la vida. Lo único que tapaba su vergüenza era el sombrero que escondía la herida sangrienta en el pecho. Los demás curados no sabían si aplaudir o ponerse a llorar, así que se quedaron todos tal cual: parados, callados y con las manos tiesas, sin escuchar el devedé de Arjona que seguía sonando, igual que hace un buen rato cuando entró en el bar.

Cuando el blusero llegó a la entrada del pueblo, igual era temprano. Lo suficiente para que todos los mineros estuvieran lejos, trabajando mientras algunos de sus hijos y otros cabros más jugaban a la pelota en la cancha de la escuela. Llegó a la entrada y le gustó harto, era un buen lugar para quedarse un tiempito a vivir.

No hizo mucho en el día, solo recorrió todo el pueblo y miró a todas las mujeres que pudo. Evitó a las ancianas y a las que parecían menores de dieciocho. Se fumó un par de pitos en la plaza de la población el Maitén mientras dos niñitos lo miraban sin comprenderlo mucho: blullines, zapatos, camisa sucia, guitarra y una chupalla. Tenía el pelo negro y corto, barba larga, grandes ojos oscuros teñidos de rojo que generalmente iban en dirección al cielo y una boca muy ancha con dientes muy sucios. Él, fumaba y contemplaba las nubes, con unas ganas excesivas de jugar fútbol a la noche.

Empezó a bajar el sol, agarró sus cosas y caminó rumbo al centro. Caminaba lento y erguido, con las mangas arremangadas dejando a la vista varias cicatrices de peleas, la frente transpirada y alternando la visión entre la calle y las nubes. Varias veces pasó a llevar con los hombros a uno que otro minero, que ya empezaban a llegar al pueblo, por culpa de la distracción que le significaba el firmamento de esos lados del país.

Los hombres que se le cruzaron no lo vieron con buenos ojos. Los forasteros no eran cosa común, y mucho menos los que se sentían como en su casa tan rápido. Los que de ahí lo vieron en el centro -conductores de colectivos, dueños de kioscos, cesantes, borrachos y todos los mineros que iban llegando-, tampoco tuvieron buena impresión del blusero. Era distinto. Insolente.

El blusero se sentó en una banca sin pescarlos. Sacó su guitarra de palo con cuerdas metálicas y se puso a tocar blues. Se paseaba de acorde en acorde, y contó a todos los presentes todas las historias que pudo. Eran historias de carreteras, de mujeres, soledades, vidas y -más que nada- muertes. Cantaba y gritaba, una y otra vez, mientras sus dedos, duros de tanto tocar, viajaban por los trastes como si fueran infinitos.

Las mujeres que estaban allí aprovecharon la inspiración del blusero, ajeno en ese instante al mundo que ellas compartían con él, para recorrerlo de arriba a abajo con la mirada. Era un escándalo. Un escándalo que solo lograba sacarlas de la monotonía que azotaba sus vidas, llevándolas a fantasías eróticas insospechables para féminas tan sencillas como las que creían que eran. Sus gritos las excitaban, sus movimientos las excitaban, sus brazos las excitaban, sus piernas las excitaban, su olor las excitaba, su mirada las excitaba, su guitarra las excitaba, su boca las excitaba, su sombrero las excitaba, el blusero las excitaba a todas, como nunca antes se habían excitado.

Así se fue haciendo de noche. Los niños llegaban de las pichangas listos para comerse una cazuela y los maridos buscaban algo más o menos similar. Las mujeres se fueron yendo a sus casas, y el blusero guardó su guitarra y se fue a caminar una vez más, ahora a los sectores más despoblados, en las montañas rumbo a las minas.

En el bar de la esquina, solitario en el rincón estaba Lalito junto a su chela. Tenía los brazos cruzados delante del vaso, y el rostro inclinado, casi sumergido dentro del brebaje, mirando cómo la espuma se desvanecía de a poco.

Lalito era conductor de colectivo. Manejaba el coleto toda la semana para poder ganarse la vida honradamente, y generalmente lo hacía solo de día, uno) porque en la noche había mucho curado suelto en las calles y dos) porque en la noche a él le gustaba tomar. Estaba casado hace siete años y su mujer, que en su traje de novia se veía tan hermosa como una palomita blanca, ahora era una suerte de jote, buitre o cualquier ave de rapiña que no hace nada más que dar vueltas molestamente una y otra vez sobre la cabeza de un buen hombre asediado y acalorado por el clima del desierto.

Ella no le hablaba nada más que de los problemas del niño y (parece) que de la teleserie, pero él aprovechaba las comidas para recordar su infancia y los partidos de fútbol que jugaba en la escuelita cuando no tenía que juntar plata para vivir. Era el más canchero y cuando no metía goles por último le pegaba a los que le caían mal.

Esa noche no fue así. Ella llegó después que él y solo habló del forastero que tocaba música en la plaza. No pasó mucho rato antes de que Lalito le sacara la cresta.

La puerta del bar hizo ruido al abrirse, al igual que las campanitas que colgaban del techo, y inclinado tal y como estaba, Lalito levantó lentamente la cabeza para ver quien era. La música del devedé dejó de sonar al mismo tiempo en que el blusero tomó asiento en una de las mesas más cercanas a la entrada y le habló a una de las meseras.

- Me da una Cristal. – afirmó y, como si le estuviera dando permiso a Arjona para cantar, la música comenzó a brotar de los parlantes.

En menos de cinco minutos el blusero se había tomado el primer vaso y se paró para ir al baño. No pudo evitar en aquel trayecto pasar a llevar la silla donde estaba sentado Lalito, que quedaba justo a la pasada entre el blusero y la puerta.

El blusero meó, se tiró un peo y se lavó las manos. Todo esto bajo el oído de Lalito, que ya no tenía más espuma para ver en la cerveza. Salió otra vez el blusero, y al mismo tiempo que Lalito se iba a parar, pasó a llevar su silla y Lalito se tropezó.

El blusero le acercó la mano para ayudarlo a pararse y Lalito se paró solo, listo para dejar la cagá. Los que lo conocían también se pararon, para ver mejor el espectáculo.

- Y QUE WEÁ TE PASA TONTO CULIAO

Lo de después es bastante rápido y difícil de contar con exactitud. Probablemente más de un detalle esté erróneo o me falten muchos por agregar. Pero pasó algo así:

Lalito le salta encima al blusero y le empieza a tirar cornetes una y otra vez y el blusero sin entender mucho pero un poco más sobrio que Lalito trataba de sacárselo de encima como podía, hasta que se lo sacó y se metió la mano al bolsillo y cuando Lalito se le tiraba encima de él y su cara con sangre por los cornetes de Lalito, el blusero le metió un cuchillo hasta lo más profundo del alma y se lo sacó y se lo volvió a meter pero ahora hasta más adentro y se lo sacó y Lalito cayó al suelo.

El blusero se dio media vuelta y los miró a todos a la cara, uno por uno. Se sacó el sombrero y, agachándose, lo puso sobre el pecho de Lalito tapando la sangre, aprovechando además de meterle la mano a los bolsillos y sacarle lo que tenía: la billetera, unas llaves de auto y unos cigarros.

Tal como entró al local, se fue, con toda la tranquilidad del mundo. Los demás, más borrachos que antes, no entendían que weá acababa de pasar.

Afuera el blusero probó las llaves en los cuatro autos que estaban estacionados frente al bar de la esquina. Por suerte para él, las llaves le hacían al último, un viejo colectivo Nissan con los asientos algo gastados, sumamente limpio, impecable, como para llevar a cualquier pasajero al más lujoso lugar que le pudiesen pedir.

Dejó la guitarra en el asiento de atrás y prendió el motor. Pisó el acelerador fuerte, puso primera, segunda, tercera y el semáforo estaba en verde así que a seguir derecho. No alcanzó a escuchar el reguetón que salía de los parlantes de la camioneta. La camioneta lo chocó por el lado. El pendejo iba tan curado que nunca vio la luz roja del semáforo. Solo le clavo el capó en los ojos al blusero. Se lo clavó y se fue en cana.

4 comentarios:

Kito Hernández dijo...

Wn, felicitaciones

Veo que es lo que te gusta y, además, veo mucho de tu vida acá. Ese es un gusto extra.

Sigue así, vas mejorando de texto en texto.
Un abrazo

jOsefA ! dijo...

humm xD reggaetón de los parlantes? ... pichanga? cazuela?
pito? bar? guitarra+ Blues? excitación?... eres tú, sólo que éste mata a gente y roba cosas.

Me gustó, me reí, pero creo que le faltan algunas correcciones.

te quiero Lindo =)
adiósss

Anónimo dijo...

Hey!
Aguante tu puteada inicial en "tus monedas"

sos un idolo!
te quiero bartinho!
saludos!

Diego Cordero dijo...

muy bueno ! y te juro que me imagine completamente ESE pueblo.
Se nota el progreso de esa narrativa, adelante hombre! Nos vemos !