jueves
Sobre "AHAHAHAHHAH"
en un texto en castellano
realmente el sonido sería algo así:
a a a a a a a
Espero que les guste.
martes
El mundo está explotando
y yo tengo mucha tos
por qué weón
tengo que mamarme el respirar pesado
el respirar profundo y
sentir que pasa lento el aire
rajuñándome la garganta
que las cosas vayan tan rápido cuando tengo frío
y ya es Mayo y solo hace calor
y si es que a mi me duele así
como será que le duele a los que fuman
Tengo moquienta la nariz
¿Me escuchan mis vecinos mientras
hablo toda esta mierda?
Ni a mis colegas les importa esta weá
poesía weón
qué es poesía
hablar bien
o hablar bonito?
hablar claro?
no
En la primavera se nos van a caer las hojas
y vamos a echar muy de menos al verano
muy
y así sucesivamente
hablando puras weás
por los siglos de los siglos
de los siglos amén.
INVIERNO
me puedo poner tanta ropa
y sentirte calido
y abrazador
que maricón mi poema
que poco jugado
pero puta que es rico abrigarse en invierno
y acostarse bajo mil frazadas.
miércoles
NO HAY QUE LLAMARSE JAMES DEAN
Se desplomó un poco menos rápido de lo que perdió la vida. Lo único que tapaba su vergüenza era el sombrero que escondía la herida sangrienta en el pecho. Los demás curados no sabían si aplaudir o ponerse a llorar, así que se quedaron todos tal cual: parados, callados y con las manos tiesas, sin escuchar el devedé de Arjona que seguía sonando, igual que hace un buen rato cuando entró en el bar.
Cuando el blusero llegó a la entrada del pueblo, igual era temprano. Lo suficiente para que todos los mineros estuvieran lejos, trabajando mientras algunos de sus hijos y otros cabros más jugaban a la pelota en la cancha de la escuela. Llegó a la entrada y le gustó harto, era un buen lugar para quedarse un tiempito a vivir.
No hizo mucho en el día, solo recorrió todo el pueblo y miró a todas las mujeres que pudo. Evitó a las ancianas y a las que parecían menores de dieciocho. Se fumó un par de pitos en la plaza de la población el Maitén mientras dos niñitos lo miraban sin comprenderlo mucho: blullines, zapatos, camisa sucia, guitarra y una chupalla. Tenía el pelo negro y corto, barba larga, grandes ojos oscuros teñidos de rojo que generalmente iban en dirección al cielo y una boca muy ancha con dientes muy sucios. Él, fumaba y contemplaba las nubes, con unas ganas excesivas de jugar fútbol a la noche.
Empezó a bajar el sol, agarró sus cosas y caminó rumbo al centro. Caminaba lento y erguido, con las mangas arremangadas dejando a la vista varias cicatrices de peleas, la frente transpirada y alternando la visión entre la calle y las nubes. Varias veces pasó a llevar con los hombros a uno que otro minero, que ya empezaban a llegar al pueblo, por culpa de la distracción que le significaba el firmamento de esos lados del país.
Los hombres que se le cruzaron no lo vieron con buenos ojos. Los forasteros no eran cosa común, y mucho menos los que se sentían como en su casa tan rápido. Los que de ahí lo vieron en el centro -conductores de colectivos, dueños de kioscos, cesantes, borrachos y todos los mineros que iban llegando-, tampoco tuvieron buena impresión del blusero. Era distinto. Insolente.
El blusero se sentó en una banca sin pescarlos. Sacó su guitarra de palo con cuerdas metálicas y se puso a tocar blues. Se paseaba de acorde en acorde, y contó a todos los presentes todas las historias que pudo. Eran historias de carreteras, de mujeres, soledades, vidas y -más que nada- muertes. Cantaba y gritaba, una y otra vez, mientras sus dedos, duros de tanto tocar, viajaban por los trastes como si fueran infinitos.
Las mujeres que estaban allí aprovecharon la inspiración del blusero, ajeno en ese instante al mundo que ellas compartían con él, para recorrerlo de arriba a abajo con la mirada. Era un escándalo. Un escándalo que solo lograba sacarlas de la monotonía que azotaba sus vidas, llevándolas a fantasías eróticas insospechables para féminas tan sencillas como las que creían que eran. Sus gritos las excitaban, sus movimientos las excitaban, sus brazos las excitaban, sus piernas las excitaban, su olor las excitaba, su mirada las excitaba, su guitarra las excitaba, su boca las excitaba, su sombrero las excitaba, el blusero las excitaba a todas, como nunca antes se habían excitado.
Así se fue haciendo de noche. Los niños llegaban de las pichangas listos para comerse una cazuela y los maridos buscaban algo más o menos similar. Las mujeres se fueron yendo a sus casas, y el blusero guardó su guitarra y se fue a caminar una vez más, ahora a los sectores más despoblados, en las montañas rumbo a las minas.
En el bar de la esquina, solitario en el rincón estaba Lalito junto a su chela. Tenía los brazos cruzados delante del vaso, y el rostro inclinado, casi sumergido dentro del brebaje, mirando cómo la espuma se desvanecía de a poco.
Lalito era conductor de colectivo. Manejaba el coleto toda la semana para poder ganarse la vida honradamente, y generalmente lo hacía solo de día, uno) porque en la noche había mucho curado suelto en las calles y dos) porque en la noche a él le gustaba tomar. Estaba casado hace siete años y su mujer, que en su traje de novia se veía tan hermosa como una palomita blanca, ahora era una suerte de jote, buitre o cualquier ave de rapiña que no hace nada más que dar vueltas molestamente una y otra vez sobre la cabeza de un buen hombre asediado y acalorado por el clima del desierto.
Ella no le hablaba nada más que de los problemas del niño y (parece) que de la teleserie, pero él aprovechaba las comidas para recordar su infancia y los partidos de fútbol que jugaba en la escuelita cuando no tenía que juntar plata para vivir. Era el más canchero y cuando no metía goles por último le pegaba a los que le caían mal.
Esa noche no fue así. Ella llegó después que él y solo habló del forastero que tocaba música en la plaza. No pasó mucho rato antes de que Lalito le sacara la cresta.
La puerta del bar hizo ruido al abrirse, al igual que las campanitas que colgaban del techo, y inclinado tal y como estaba, Lalito levantó lentamente la cabeza para ver quien era. La música del devedé dejó de sonar al mismo tiempo en que el blusero tomó asiento en una de las mesas más cercanas a la entrada y le habló a una de las meseras.
- Me da una Cristal. – afirmó y, como si le estuviera dando permiso a Arjona para cantar, la música comenzó a brotar de los parlantes.
En menos de cinco minutos el blusero se había tomado el primer vaso y se paró para ir al baño. No pudo evitar en aquel trayecto pasar a llevar la silla donde estaba sentado Lalito, que quedaba justo a la pasada entre el blusero y la puerta.
El blusero meó, se tiró un peo y se lavó las manos. Todo esto bajo el oído de Lalito, que ya no tenía más espuma para ver en la cerveza. Salió otra vez el blusero, y al mismo tiempo que Lalito se iba a parar, pasó a llevar su silla y Lalito se tropezó.
El blusero le acercó la mano para ayudarlo a pararse y Lalito se paró solo, listo para dejar la cagá. Los que lo conocían también se pararon, para ver mejor el espectáculo.
- Y QUE WEÁ TE PASA TONTO CULIAO
Lo de después es bastante rápido y difícil de contar con exactitud. Probablemente más de un detalle esté erróneo o me falten muchos por agregar. Pero pasó algo así:
Lalito le salta encima al blusero y le empieza a tirar cornetes una y otra vez y el blusero sin entender mucho pero un poco más sobrio que Lalito trataba de sacárselo de encima como podía, hasta que se lo sacó y se metió la mano al bolsillo y cuando Lalito se le tiraba encima de él y su cara con sangre por los cornetes de Lalito, el blusero le metió un cuchillo hasta lo más profundo del alma y se lo sacó y se lo volvió a meter pero ahora hasta más adentro y se lo sacó y Lalito cayó al suelo.
El blusero se dio media vuelta y los miró a todos a la cara, uno por uno. Se sacó el sombrero y, agachándose, lo puso sobre el pecho de Lalito tapando la sangre, aprovechando además de meterle la mano a los bolsillos y sacarle lo que tenía: la billetera, unas llaves de auto y unos cigarros.
Tal como entró al local, se fue, con toda la tranquilidad del mundo. Los demás, más borrachos que antes, no entendían que weá acababa de pasar.
Afuera el blusero probó las llaves en los cuatro autos que estaban estacionados frente al bar de la esquina. Por suerte para él, las llaves le hacían al último, un viejo colectivo Nissan con los asientos algo gastados, sumamente limpio, impecable, como para llevar a cualquier pasajero al más lujoso lugar que le pudiesen pedir.
Dejó la guitarra en el asiento de atrás y prendió el motor. Pisó el acelerador fuerte, puso primera, segunda, tercera y el semáforo estaba en verde así que a seguir derecho. No alcanzó a escuchar el reguetón que salía de los parlantes de la camioneta. La camioneta lo chocó por el lado. El pendejo iba tan curado que nunca vio la luz roja del semáforo. Solo le clavo el capó en los ojos al blusero. Se lo clavó y se fue en cana.
lunes
DEQUÉ'SCRIBIR
¿En qué momento prohibieron ser feliz?
El río más cercano que tengo
es custodiado por la milicia
me quiero ir con mi flauta
pero todos los pastos
los han privatizado
Según mis preceptos
el mundo era un patio infinito
para pasarla bien
Y ahora canto blues preocupado
y donde toco va el dueño que me tiene quechar
y yo miro y miro
por mi ventana del piso nueve
mientras escribo mi poesía
y aun no logro
ver el cielo
Tengo entendido que floto sobre el suelo
que los organilleros están ahí
paseando con su sonido
ajenos.
domingo
El hombre fuma marihuana porque el mundo le pesa
fuma pitos para evadir sus problemas
y sus neuronas no terminan de morir
fuma en la tarde sentado en la plaza
mirando a la gente
y se pregunta por qué todo es así
Mira el cielo como preguntando
le dice al resto
que esto y que lo otro
que el mundo está mal y
tenemos que reír
y camina mirando
por la vil ciudad
lo inquietan los ruidos
busca pájaro en el árbol de la plaza
Con los ojos rojos se entristece
y contempla como el mundo se muere
Fuma pitos por la debilidad de su alma
DEBIL
incapaz de avanzar como se debe
con nuestros tiempos
se queda pegado
sin tiempo
y se fija en cosas que a la tele
se le olvidó hacer esencial
sorprendente va volado
preguntándose y cuestionándose
y se ilumina
con ideas que no suele repetir
escucha música emocionado
y se pone melancólico
echa de menos ser libre
fuma pitos y se vuela
porque el mundo le pesa
y el peso impide volar
pero ahora va volando
y su único afán
es tener un mundo nuevo
en que no haya sinrespeto
que se viva con amor
y después le da sueño
duerme en su cama
que malignos esos bichos
no hacen nada por su mundo
nuestro progreso global
que nocivos y malvados
hay que condenarlos
su adicción es por maldad
No me mate
señor paco
se lo pido por favor
no me mate
Y el hombre es encarcelado
por portar su droga dura
por fumar y relajarse
y pensar sobre la vida
será eso tan pecado
como ser un violador
robarle a los humildes
ser curado y peleador?
Si quiere discursos morales
diríjase a su templo educativo más cercano
solo cumplo mi trabajo
que se cumpla nuestra ley
viernes
ES ATRACTIVO EL USO DE LA POESÍA?
para el del resto parece que no
por qué?
y si en la spublicidades hubiera poemas?
y en los espacios públicos?
y en las paredes
y en los árboles? No no
los árboles no me los toquen
las paredes sí.
Entonces surge la idea
de ocupar poesía en la tierra
y devolvérsela al hombre
y cómo?
conozco hartos poetas
chilenos
mis compañeros y amigos
y uno que otro poeta famoso
de los que me gustan a mi
Señores de la universidad
director de la carrera y vuestros secuaces:
que quietos estais
no haceis nada por la literatura de hoy
solo llenais sus bolsillos
y vaciais los nuestros
y no podemos estudiar
linda la weá
Un aplauso para los altos mandos!
domingo
LOS MUERTOS DEL BOSQUE
Llegamos al punto donde cayó el avión al mediodía. El aroma de la carne chamuscada nos había guiado hasta el lugar. En las cercanías, un individuo de expresión demacrada, enfundado en un abrigo negro, hacía apuntes en una libreta:
• El avión rompe muchos árboles.
• Era un avión extranjero. Todos muertos. Ni siquiera el menor alcanzó a bajarse.
• Los curiosos
no paran de llegar.
• Llegan-illegan. Llegan-isiguen llegando.
• El incendio lo apagó bomberos, en algo así como cuatro horas.
Nos acercamos al sector sellado por las huinchas PELIGRO. Llegaron unos weones a ofrecernos pasta. Eran los mismos que subían a vender calugas a la micro. La micro iba llenísima. Todos iban a ver el avión que cayó en el bosque. Solo los opusdei se quedaron en sus casas, encerrados. No se por qué.
El humo se veía en cámara lenta y el fondo se veía en blanco y negro. Solo desentonaban las ambulancias con sus luces y carteles rojos. Con la mirada perdida hombres silenciosos de túnicas blancas paseaban de un lado a otro las camillas. Los pacos lo único que hacían era dar vueltas en círculos y mirar a las cámaras.
A uno lo estaban entrevistando los de la radio.
Y no fuimos los únicos que se entusiasmaron con ir. Cuando sonó el estruendo las reacciones fueron instantáneas: Mi mamá gritó y nosotros también queríamos gritar e ir a lo mismo. Ella agarró las llaves y fue la última en salir de la casa. Cerró la puerta mientras nosotros saludábamos y al mismo tiempo copuchábamos con todos los vecinos que de a poco se incorporaban al panorama agitador que venía desde el bosque.
Los abuelos caminaban lentos y silenciosos frente a las entradas de sus casas, con los ojos casi cerrados como cuando el humo de la fogata te llega en la cara. Nunca había pasado algo así en la tranquilidad de sus terrenos, pero la sabiduría de sus décadas les impedía ser impulsivos. Los que eran viejos pero no abuelos, en cambio, algunos con caja de vino y otros con lo que tuvieran para vivir, habían transformado el espacio público en su espectáculo, en la película de ciencia ficción que siempre esperaron llegara al cine local. Los niños corrían y corrían de un lado a otro como con juguete nuevo, al estilo en que los niños lo hacen, llamando a sus papás, a sus mamás, a sus amigos, saltando y haciendo volteretas, inventaban teorías, que los marcianos, que Picoro dai macú, inventaban cualquier cosa, hasta hablaron de guerras incomprensibles, unos más raros que otros decían que los rusos nos estaban atacando, otros hacían como que disparaban metralletas, y los demás seguían corriendo, corriendo, corriendo, corriendo y corriendo.
Las señoras en cambio estaban todas reunidas en los distintos paraderos: juntas se saludaban cordialmente y comentaban el evento. Ellas sí hacían teorías más complejas, pero aprovechaban mucho más la ocasión para informarse sobre noticias de las demás, los hijos, los logros, los fracasos, las sorpresitas, y las más inseguras se quebraban de que sus retoños ganaron tal y tal diploma, y otras hacían buen uso de la escapada de lavar platos abrazando a sus viejas amigas del barrio. Por otro lado, las señoras más jóvenes mostraban sus cuerpos, cada cual mejor o peor cuidado, siguiendo con la natural competencia de ver quienes llegaban mejor a la vejez física que la inexacta biología le impone al ser humano.
Cada persona andaba en la suya, cuando empezaron a pasar las micros. Una tras otra, pequeñas como siempre habían sido, las mismas que el segundo alcalde trajo para desplazar cómodamente a los mineros de la zona. Luego de unos paraderos, las micros ya iban llenas, llenas como nunca antes habían estado. Todos los que se pasaban la vida moderna encerrados en la casa viendo televisión por la tarde estaban viviendo ahora su reencuentro con el mundo real, con los pastos, los patios, las calles, los cielos.
Y como iban tan repletas, los que no cabían tuvieron que encontrar métodos alternativos para no quedarse fuera de la fiesta: algunos brutos se subían a los techos, otros se colgaban de las ventanas, varios se echaron aceite para entrar a presión y muchísimos y muy astutos jóvenes engancharon sus bicicletas de las más variadas formas, deslizándose tranquilamente a través del cemento con el impulso que les proporcionaban los monstruos motorizados.
Hasta que llegamos al avión. Había un avión hecho polvo, y la mitad del bosque ya no existía. Aunque no sabíamos bien que hacer ahora que finalmente teníamos frente a frente al causante de nuestro descontrol.
Víctimas de la inercia y de la necesidad de hacer algo, todos nos acercamos lentamente a mirar los detalles que ofrecían los escombros.
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Se los llevó el viento:
Sangriento accidente aéreo provoca incendio forestal y remece la zona
En la tarde cayó un avión al bosque y no hubo heridos. Tampoco ilesos. Falleció toda la tripulación del avión desconocido.
Después de intensas y angustiantes horas, carabineros logró sacar los cadáveres a la superficie. La nave era pequeña y transportaba cerca de 60 pasajeros.
La gran mayoría de los cuerpos estaban rostizados. Esto porque después de la colisión el motor explotó. Los bomberos en los primeros minutos brillaban por su ausencia, y para peor, cuando llegaron tardaron bastante en calmar el fuego. Nadie sabe como es que no se quemaron todos los árboles.
La junta vecinal del sector escribió ya una carta a la municipalidad, pidiendo la declaración de este día como “Milagroso”, declaración que de concretarse podría servir para fomentar el turismo en nuestras tierras, lo que también significa crecimiento económico para el pueblo.
La junta vecinal anunció también la realización de varias actividades recreativas para toda la comunidad: una serie de siembras masivas de flores, y un mega-evento llamado “planta tu árbol por un bosque feliz”, que se llevarán a cabo respectivamente en las fechas 15 y 16 del presente mes.
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Lo vimos todo. Estuvimos cerca de media hora ahí, viendo y mirando, observando, contemplando el paisaje. Cenizas, humo, barro, agua sucia, funcionarios públicos, ruido y las nubes que al parecer también querían verlo todo en primera fila. Lo contemplamos y nadie supo que hacer.
Los niñitos jugaban con los restos de las cosas de los pasajeros, esparcidas por todos lados. El resto decidimos permanecer en silencio, a excepción de las señoras que agradecían al cielo que no todo el bosque muriera calcinado.
Cuando iba caminando a la carretera para tomar la micro de vuelta, junto a lo que hace días atrás eran unas bellas margaritas, había unos calzoncillos de guagua quemados. Pensé en sacarlos, pero no. Era tierno como descansaban muy placidamente, conociendo a las plantas y a las piedras, de ahora en adelante los únicos vecinos cercanos que tendrán.
En el momento del descenso todo era miedo. Todo. Caer y caer, caer y caer, morir o morir. La vida se va sola y lentamente bajo un silbido lento, agudo. Mis gritos también son lentos, todo es lentitud con las nubes. Los alaridos son un coro angelical, aquellos que por las turbulencias vuelan de sus asientos en slow-motion, los instantes ay los instantes, yo quería ver el sol, solo veo árboles, más y más árboles, muriendo junto a los árboles, mi guitarra se muere guardada, tantos amigos tanta familia, y todo se va con mi cuerpo, esas ventanas ya rotas, nada responde y todo sube y todo baja. Se oyen los coros de ángeles, los órganos, en verdad todo es un circo, todo es un circo, todo un circo, y al final no importó la lluvia, no importó el cigarro, no importaron los pitos, no importó nada, el avión vuela a la tierra y punto, millones de caras que gritan, trompetas, y mis oídos son solo resonancia extraña, y me doy cuenta ahora que oigo la bomba que explota sobre la tierra.
lunes
CRUZARÁS EL PAÍS SOLA
One sunny day the world was waiting for a lover
She came along to turn on everyone
Sexy Sadie, she’s the greatest of them all
(...)
She made a fool of everyone
Sexy Sadie
John Lennon
Un día llegó una chica, bien parecida. Se me acercó, lo hizo todo rápidamente… Si, era veloz, hay que decirlo. Pero fue cuando me fijé de todas formas.
Era una nueva forma de ver el mundo, todo con luces, todo se encendió. Decir que era lo mejor no es mentira. Sus ojos grandes solían hacerme reír. De hecho, siempre me quería meter en ellos (ríe ligeramente). Miraban bien, más de lo usual.
Se me plantaba mucho en frente, era de esas de las que te otorgan el espacio. Yo le contaba todo, generalmente nada importante y aprovechaba de mirarla mucho, la cara más que nada, los ojos grandes y la risa contenta, el pelo oscuro y la nariz suave, sus limpias facciones y bellas miradas. Las barreras eran solo para los tiros libres y las flores adornaban los caminos. Íbamos de viaje y cantábamos hasta morir.
El tiempo nunca me dejó olvidarla. Hasta el día de hoy me quedo en las noches recordando lo que pasamos y más que nada lo que vivimos (vuelve a reír, ahora un poco más sobreactuado). Imposible olvidarla… No, no he vuelto a conocer a nadie. Igual si, pero no he conocido a nadie.
Cuando la vi, seguía igual. Bien alegre, contenta. Esta más grande, ha mejorado. Pero sigue siendo la misma. Un chico de pelo largo estaba con ella, no tomados de la mano pero se suponía. Fue a él a quien vi primero, ella me vio antes que yo y me saltó encima nomás. La saludé sin prestarle mucha atención. Pensar que fui el único siempre fue absurdo. Me despedí y fui al paradero. Transantiago me acompañó mirando al horizonte mientras en la radio sonaban los Cure.
miércoles
SICODELIA CALLEJERA
Y luego de buscar y probar su encargo, el poeta caminaba libremente por las calles de Santiago, deteniéndose para mirar los árboles y sus pequeños detalles sin importancia, constantemente riéndose solo, vaya uno a saber por qué.
Después de un fuerte ataque de tos que revolvió todas las perspectivas de su visión, decidió cruzar a la Copec del frente para tomar un poquito de agua.
Su tranquilidad y su paso lento se vieron violados en la mitad cuando pasó un auto rajado y le tocó la bocina para no matarlo. Acto seguido pasaron tres más, pegados al primero, igual de rápidos, igual de estresados. “¡Cónchetumare!” exclamó el poeta. Luego siguió cruzando y ya en la otra vereda, con más calma y reflexión, pensó seriamente que estaba chato de los autos culiaos.
Entró, saludo a la cámara de vigilancia al mismo tiempo que miraba la pantalla de arriba en que un poeta saludaba desde la entrada y se fue directo al baño. Justo antes de tomar agua se vio al espejo y automáticamente se cagó de la risa. “La cariiita” dijo en voz baja, sonriendo al analizar el color que tomaban sus ojos en ese tipo de tardes.
Superada la situación de la sequedad bucal, el poeta siguió caminando derecho en dirección al norte, preguntándose como chucha iba a cargar su tarjeta Bip!. Gastó casi toda su plata en el encargo y le quedaban dos cincuenta. Con cincuenta pesitos más la hacía.
Entonces el poeta caminó y miró otra vez los árboles, sonrío más y más, siguió caminando y pensando qué hacer, entró a un local para comprar un golazo porque estaba con feroz bajón pero se fue al tiro porque tenía que cargar la Bip! y no que comer golazos, así que afuera caminaba viendo el pavimento de Los leones soñando con que le dolía la cabeza porque no sabía como cargar la tarjeta porque no quería subirse a la mala y se metió las manos a los bolsillos y sacó la armónica y se puso a tocar. Sacó la armónica y se puso a tocar. Sacó la armónica y se puso a tocar.
Sacó la armónica, se puso a tocar y se le prendió la ampolleta.
Afectado por su idea, aceleró el paso en esa tarde que empezaba a caer. Su andar risueño se transformó en avanzar sin mirar niún árbol, niún rostro. Sostenía la armónica ahora my lejos de su boca. El número de peatones aumentaba con cada paso que daba el poeta rumbo a la concreción de su empresa monetaria.
Se sentó a la salida del metro Los leones, entre aquel transporte subterráneo y la entrada al paseo las palmas y prendió un cigarro. Mientras fumaba abrió la mochila. Sacó un cuaderno, un lapiz, y escribió bien grande y legible: “SICODELIA CALLEJERA”. Luego echo treinta pesos sobre la hoja y la dejó en el suelo, a unos pocos centímetros de él.
Mientras fumaba, los oficinistas pasaban uno tras otro sin mirar al artista. Lo mismo los escolares, los universitarios, las chicas lindas y sus amantes. Muy pocos, tres o cuatro de cada ochenta, bajaban la vista hacia el papel dispuesto en el suelo, lo leían lo más rápido posible y -extrañados- seguían su paseo indiferente.
Al poeta se le acabó el cigarro y retomó el plan. Con la armónica en la boca, sentado en el suelo, hizo la entrega del blues para Providencia.
Llevaba como quince minutos con los ojos cerrados, mucho más metido en la expresión del alma que en cargar la Bip!, cuando una señora con un vestido verde con flores blancas le dejó gamba sobre el cuaderno, dio las gracias y se fue.
El poeta abrió los ojos, tomó la plata, guardó el cuaderno y su instrumento, dio un paso con el pie derecho y escuchó la chantada y todos los golpes de después. Subió al tiro para ver que weá.
Chocaron como siete autos al mismo tiempo. Hubo dos que se pasaron la roja y el desenlace era el más normal, los tocos hechos mierda, algunos heridos y, el preferido del público, una pelea.
Primero eran dos que partieron agarrándose a chuchás. Después del primer empujón, acompañado por un cornete. Ahí eran diez. Cuando la mocha empezó a armar taco, saltaron también los de los autos de atrás. En ese momento el poeta dejó de contar a la gente, eran como cincuenta y con cada segundo eran más. A los cinco minutos naturalmente comenzaron a volar las botellas, las calles se pintaban de rojo, y la gran mayoría de los niños estaba llorando.
En la mitad del espectáculo el poeta miró para el lado. Estaba frente a la vida, que miraba también el chos.
La vida.
Frente a la vida.
Sin saber cómo reaccionar, lo primero que hizo fue acercarse a conversar.
- Esta weá se fue al carajo – Usó de comentario de entrada.
- Eh –respondió, en lo que significaba algo como un sí-. La cagó la weá.
Y así. Conversaron como tres letras más, pero la vida se tenía que ir. Le apretó la mano y le dijo nos vemos.
Mientras seguían volando botellas, el poeta miró al cielo. Era de noche. “A estas alturas no queda otra que subirse al metro” pensó. Bajó las escaleras, le pasó a llevar el hombro a un pelado que iba corriendo con las manos empuñadas rumbo al diluvio que había en la calle y cargó el pase. Sacó la armónica y se puso a tocar.