Cochino y muy encañado el Ganja recorre el patio y abre la reja. La deja cerrar sin llave y después camina por la vereda. A la noche, su vieja le tiene porotos con riendas para el bajón.
Revisa su billetera. No se le vaya a haber quedado la plata. La tiene, pero no le quedan papelillos. Los busca igual entre su carné y el pase. Solo se enreda entre sus recuerdos.
Está chato porque no la hace durar. Si la compra hoy día, pasado mañana se le acaba. Sueña despierto a la luz del día. Cruza la calle. Viene un auto. No lo atropella. Sigue soñando.
Llegó quince minutos tarde. El pasto estaba lleno de hojas secas en “Las canciones”. Era el mejor parque durante Abril.
Llegó y habló con un loco con un mohicano y con un morral. El loco hizo su negocio, miró a los lados y nunca supo que estaban ellos. Hace rato que lo andaban viendo. Nunca cachó quién se lo cagó.
El loco siguió su curso y el Ganja fue pa’ la multi-cancha. Los cabros estaban jugando a la pelota.
Al mismo tiempo llegó el Maluco. Cuando cachó que estaba en su casa y era de día quedó sapeado. Miró pa’ fuera por la ventana mientras trataba de armar el puzzle. No se acordaba de nada. Le gustaba pasar el frío de otoño con su chaleco hecho de piscola. A las dos apagó tele. La billetera estaba vacía salvo por un viejo papelillo. En su cabeza solo quedaban pantallas negras y un gran dolor.
Se sentaron a ver el fútbol. El Ganja le pidió un papel al Maluco y se sacó uno. Mientras pasaban la caña, el Negro hizo un gol a lo Maradona. La metió después de pasarse a todos. Como también él era compadre lo celebró junto con los cabros. De premio por el lujazo, se fue pal area botando el humo de su buen gol.
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